Un tipo va a un bar y contrata ahí a una mujer para que le preste servicios sexuales en su casa, ubicada en una deprimente zona llena de miseria (Los Pericos, en Aguascalientes, México); antes de irse con el cliente, la prostituta le dice a una compañera de oficio que anote las placas del auto en el que se marcha con su cliente, “por si me pasa algo”.
Ya en su casa, el fulano y la mujer beben y se drogan; a la hora de tener sexo el tipo no puede, lo que hace que la mujer se burle.
Herido profundamente en su machismo (la suposición es de mi esposa), el tipo rompe una botella y le da a la mujer más de 70 puñaladas. Duerme, si es que pudo dormir, con el cadáver en su casa. Al día siguiente, temprano va y compra una lona.
Regresa a su casa, en una sábana y en la lona envuelve el cadáver, lo ata con una cuerda de plástico y con la ayuda de otro individuo va y lo tira en una calle a media mañana.
Un recibo de teléfono o de energía eléctrica (la prensa no se pone de acuerdo), que el abuelo del asesino le había entregado para que fuera a pagarlo, es encontrado en el lugar donde encontraron el cadáver. Además, al intuir que se trataba de una meretriz, los agentes comenzaron a rastrear en los lugares donde ellas trabajan y pronto encuentran a la compañera que rápido proporciona las placas del auto en que vio partir a la ahora difunta.
Por la pista del recibo y la de las placas, los agentes llegan hasta un lugar donde el asesino trabaja de mesero y en cuanto los policías lo interpelan, se entrega.
Un asesinato más que nos acerca a Ciudad Juárez, Chihuahua. ¿Qué sigue?
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