Los auténticos lectores son gente olvidadiza del tiempo. Paran en una página, en una historia, y la ley de la relatividad y lo elástico del espacio/tiempo surge en cada renglón. Los enemigos de la lectura siempre han sido gente ordenada, como la Inquisición o los bomberos incendiarios de Farenheit 451.
Los verdaderos lectores son ladrones de tiempo y perseguidores de la luz, de ese pequeño rayito necesario para alumbrar una página. De niños, cuando empieza el vicio nefasto de leer, algunos utilizan la cinta con luz de su papá otorrinolaringólogo para leer en las noches clandestinas, los que no eramos hijo de médico robábamos el porsiacaso, esa linterna siempre sin pilas cuando llegaba el imponderable.
La afición a la lectura es intempestiva y un poco clandestina.
Varela lo escribe a propósito de la prohibición al editor José Batlló de abrir la librería barcelonesa Taifa, que funciona hace doce años, en horarios que no estén dentro de los que la autoridad piensa que puede funcionar una librería. Un tema que prefiero comentar por separado.
El texto citado me ha hecho recordar cuando tenía cinco años y conocí el placer de la lectura. Ya conocía las letras, mi padre me las enseñó cuando tenía cuatro años. Pero una mágica tarde pude unirlas, unas con otras, comencé a leer. Y desde entonces, me parece maravilloso poder hacerlo y saber, conocer, otros puntos de vista, otras ideas. Otras letras ordenadas de diferente manera, con diferente intención.
Leer, leer, por siempre leer.
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