Entre las reflexiones que hace Zepeda están las siguientes:
Las redacciones de los periódicos y noticieros de televisión en México están divididos por la pregunta. ¿Qué deberíamos hacer con el próximo video que los narcos difundan sobre alguna ejecución? ¿Publicamos la foto de una cabeza degollada? ¿Damos a conocer la nota intimidatoria que dejan clavada en el cuerpo de su víctima? Las razones que tienen los narcos para enviar tales mensajes son obvios: marcar territorio, intimidar al enemigo, aterrorizar a la opinión pública para que nada se les resista, someter a los cuerpos policíacos, apagar el ánimo de los funcionarios que les combaten, etc.Desde luego que no es fácil darle a Jorge una respuesta en un sentido u otro. Entre otras cosas porque la idiosincracia mexicana ha hecho un culto de la nota roja, traspasando la frontera del mero interés informativo para trascender al enfermizo morbo de ver fotos y textos que reproducen las desgracias ajenas.
Es un hecho es que estas bandas criminales desean que se difundan sus mensajes y los medios de comunicación lo estamos haciendo. El sentido común indicaría que no es correcto hacer aquello que le interesa y conviene al crimen organizado.
Sin embargo, tampoco es sencillo para los medios de comunicación erradicar estos temas. Si bien es cierto que los noticieros de televisión se han convertido en un inventario de nota roja, no es tan fácil dejar de hacerlo.
Entre otras cosas, porque es gravísimo lo que está pasando. Los periodistas haríamos un flaco favor a la comunidad si nos pusiéramos hablar de otras cosas, mientras el crimen organizado toma el control de Monterrey, el narcomenudeo se enseñorea de nuestros barrios y escuelas, y los tribunales y cuerpos policíacos terminan por ser quebrados totalmente por los carteles. Y justamente eso es lo que está sucediendo.
En este momento se está librando una verdadera guerra en nuestras calles y en nuestras sierras. Una guerra que estamos perdiendo. Pero aún menos oportunidades tendremos de ganarla si ofrecemos sucedáneos a la opinión pública y construimos una operación “avestruz” distorsionada pero tranquilizante.
Lo que si está claro es que el Estado mexicano no podrá ganar esta guerra sin una intervención decisiva de parte de la sociedad en su conjunto. Y eso requiere de una opinión pública informada y participante, que sepa de la gravedad de la situación y las incidencias de esta lucha. Justamente esa es la responsabilidad de los medios de comunicación.
Desde luego que podría matizarse la violencia de algunos mensajes. Particularmente aquellos que son contraproducentes.
Recuerdo un texto de Carlos Monsiváis en el que decía que los mexicanos leemos la nota roja para comprobar que no fuimos la víctima.
La violencia del narco parte, desde el punto de vista informativo, de una realidad en los medios de comunicación del país: apenas se cuentan los muertos y se dejan de lado los antecedentes, los quiénes, los cómos y los porqués. En otras palabras, el narco ve reflejada en los medios su obra pero de manera superficial, porque así han construido su relación con los informadores, a base de amenazas para socavar el trabajo informativo.
En función de esto, la realidad que presentan los medios está acotada por el mismo crimen organizado y con ello consiguen su propósito propagandístico, como lo señala Zepeda.
Aquí también hay que considerar que las autoridades, de los tres niveles en el país, tienen una política informativa que tiende a poner un manto que cubra los detalles del crimen que realiza la delincuencia organizada. Unas veces por la complicidad de policías con delincuentes y otras por el miedo de los políticos a que la sangre del narco salpique sus carreras políticas.
Ese miedo a que la violencia afecte sus intereses políticos ha obligado a los titulares de los gobiernos a mostrar una constante opacidad respecto de la información de las acciones de la delincuencia organizada. Tanto si es la SIEDO como la AFI y en general la PGR, la información que entregan a los medios es mínima, siempre con el pretexto de que se entorpecen las investigaciones, cuyos resultados jamás se dan a conocer.
Quizá, la apuesta sea por la difusión de los hechos de violencia, no para enriquecer el morbo, sino para mostrar a los ciudadanos la incapacidad de las autoridades para garantizar la seguridad pública y la paz social, entre otras cosas porque en muchas ocasiones no se sabe dónde termina el policía y empieza el delincuente.
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