En estricto sentido todos los seres encarnados en este planeta, uno entre billones que existen, somos migrantes.
Nadie fue creado aquí; todos llegamos a cumplir un contrato, obligados o por voluntad.
Lo que en este planeta ha evolucionado es el avatar que cada ser usa.
Desde esta realidad son vergonzosas las expresiones de xenofobia, odio, intolerancia, discriminación y racismo expresadas por distintos medios contra la caravana de migrantes que ha llegado a la frontera sur mexicana.
En mi oficio de reportero he tenido muchos compañeros migrantes y siempre he agradecido la oportunidad de aprender de sus costumbres y culturas.
Yo mismo dejé el lugar donde nací y emigré a otros lugares para continuar mi vida. No pocas veces he sido ofendido por mi condición de fuereño.
En años recientes Europa vivió las oleadas de migrantes que atravesaban el Mediterráneo en pateras improvisadas. El cuerpecito de Alan, el niño sirio ahogado en una playa turca, me estremeció hasta el llanto; nos estremeció quisiera decir pero no a todos les importó. Ese pequeño se convirtió en icono de una tragedia que no termina.
Por razones de trabajo recientemente me tocó estar cerca de las familias de migrantes mexicanos atrapados en la caja de un trailer abandonado en un estacionamiento de San Antonio, Texas; es doloroso ver la angustia de una madre que no sabe si el oxígeno que entraba por un agujero hecho con las uñas alcanzó para salvar a su hijo.
Ahora mismo los venezolanos cruzan la frontera para huir del infierno en que se ha convertido su país; pero también lo han comenzado a hacer argentinos, un país gobernado por uno que practica un gobierno en el otro extremo ideológico del que se condena en Venezuela. No es asunto de ideologías, es cosa de irresponsabilidad de los gobernantes y desprecio por los ciudadanos.
Es temprano para saber si detrás de la caravana de migrantes centroamericanos hay manipulación e intereses de grupos de poder y/o países, como ha sucedido en otras partes del mundo. Lo cierto e inmediato es que los niños y los adultos que componen esa caravana están en condiciones de vulnerabilidad, a merced de las decisiones políticas que pocas veces se toman atendiendo al respeto de los derechos humanos.
Recibir a los migrantes centroamericanos con gases lacrimógenos es vergonzoso y nos recuerda que al presidente Enrique Peña Nieto le gusta ejercer la fuerza del Estado con violencia y sin respeto por las garantías individuales, como se probó desde Atenco y ha sucedido en Tlatlaya, Apatzingán y otros lugares.
Tanto vociferamos contra la política antiinmigrante de Donald Trump que hemos terminado por hacer realidad su promesa de construir un muro en la frontera sur y pagado por los mexicanos. Ahora somos el muro en la frontera sur y lo hicimos, lo pagamos, los propios mexicanos. Está usted servido mister Trump.
Foto:
AFP